7 de septiembre de 2010

~EL LAZO QUE NOS UNIÓ~
Por:
PukitChan
4

…insensata pasión…



La lluvia apareció tan repentinamente que por algunos minutos, Diego se sintió completamente desorientado e incapaz de dar un nuevo paso. Relamió sus labios secos, saboreando el rastro del alcohol que aún había entre ellos. Observó la hora en el reloj de pulso, comprobando así que ya era más de media noche.

«¿Por qué terminé haciendo esto?» se preguntó internamente al tiempo que sus ojos se concentraban en el chico alto que estaba a un lado de él, recargando el brazo izquierdo en sus hombros ―junto con la mayoría de su peso―, para no caer directamente al suelo.

Escuchó un gruñido y palabras incomprensibles provenientes de Paul, que en su estado de ebrio inexperto, no hacia más que soltar al azar puras idioteces.

―Continuemos ―dijo el menor, ayudando a caminar al otro hasta la casa que más temprano ese mismo día, habían visitado. La lluvia afortunadamente no era intensa pero transmitía un frio aterrador.
―Diego ―murmuró Paul, tratando torpemente de seguir los pasos―, ¿por qué estás conmigo ahora?
―Bueno ―explicó, sabiendo que sus palabras no podrían ser tomadas en serio―, porque tú me gustas.
―A mi también me gustas. ―Esa frase hizo que sus latidos se volvieran acelerados, aunque rápidamente la razón se impuso: estaba borracho. Suficiente experiencias había visto para asegurar que los hombres en ese estado se ponían a repartir amor por todos lados.
―Sí, si ―dijo fastidiado pero animándose instantáneamente al por fin divisar la casa de Paul.

Una vez que llegaron a la entrada, Diego lo soltó y el mayor se recargó en la pared más cercana, sin tener conciencia de lo que estaba sucediendo, ni mucho que menos que se encontraba mojando por las lágrimas del cielo.

―Paul, ¿y las llaves? ―preguntó pacientemente, aunque la verdad quería ya resguardarse y dormir tranquilamente en donde fuera, mientras estuviese seco.
―No lo sé ―respondió su irreconocible voz. Diego se acercó y comenzó a buscar entre las bolsas del pantalón ajeno. Hallándolas, abrió la puerta en medio de la oscuridad, sin poder evitar tropezar con algún objeto en ese hogar desconocido. Escuchaba lo pasos de Paul atrás de él, por lo que se preocupó de buscar un interruptor de luz que les diera un poco de visibilidad.

Su búsqueda fue detenida cuando los brazos de Paul rodearon su cintura desde atrás, provocándole un pequeño shock emocional. Sintió aquel rostro helado y mojado, pegarse a su mejilla ligeramente sonrojada por los movimientos dados en la intimidante oscuridad.

―¿Qué… sucede…? ―inquirió nervioso, temblando de frio, sintiendo el cuerpo del mayor cada vez más cerca de él.
―Me gustas… ―susurró, elevando una de sus manos para hacer mover el rostro y depositar un beso en sus labios.

En su mente, Diego sabía que el otro tal vez simplemente se encontraba caliente, quizás animado por el alcohol… pero Paul se iría en unos días, y tal vez está sería la única oportunidad que tendría si bien, no para amar, al menos para saber que entregó todo su ser a una persona importante. Cerró sus ojos y abrió los labios, dándole paso a la lengua intrusa mientras su aliento era succionado con una fuerza balanceada. Paul fue el primero en desconectar ese primer encuentro, para buscar sus ojos verdes a pesar de que no había luz.

―Ésta… es la única manera… en que no te puedo hacer daño… Diego…

Sin querer comprender sus palabras, el castaño se dio media vuelta, rodeando con sus brazos el cuello del Paul, agachándolo para besarlo nuevamente. No quería arrepentirse de no haber aprovechado el momento inesperado de la vida. Dejándose llevar por la confusión de sus respectivos corazones, el mayor lo condujo hasta su habitación, sin dejar de besarse y permitiendo que sus manos alejaran la ropa que se habían vuelto un completo estorbo.

No, no era la situación que en sus locas fantasías habría creado, tampoco la que sus sueños húmedos le mostraban, pero era la que sucedía, la real. En ésta podía sentir la piel de Paul, sus manos tocándolo frenéticamente, sus labios luchando con desesperación, la pasión… la extraña sensación de que podían ser correspondidos todos esos sentimientos.

Cuando el cuerpo desnudo de Diego cayó en la blanda cama con Paul encima de él, todo fue olvidándose y sólo se permitió sentir y gozar cada uno de los mutuos toques proporcionados. Disfrutar de las manos que lo recorrían y exploraban demostrando su maestría, inclusive cuando éste bajó sus manos, acariciando sus nalgas y rozando la pequeña cavidad que había entre ellas.

No tenía miedo, sabía que dolería, sabía que quizás a causa de la falta de preparación su interior sangraría, pero a cambio, podría sentirse como uno solo con Paul. Por eso, cuando sintió el miembro del mayor rozarlo por primera vez, sacudiendo tanto su cuerpo como sus emociones, sólo pudo derramar una silenciosa lágrima que se perdió en la oscuridad.

Las manos de Diego se masturbaban a medida que la intromisión iba haciéndose más profunda y dolorosa. Jadeaba, su cuerpo se arqueaba y contraía. En medio de todo eso, escuchaba la respiración profunda de Paul y la voz que le susurraba cuánto lo deseaba.

En un ritmo simultáneo y armónico, se entregaban, recitaban palabras de amor ilógicas, se complementaban, se tocaban y recorrían para recordarse eternamente… hasta que el momento en el que ambos, derramaron la existencia… que también era su condena.




*



Respiró profundamente, estirando su cuerpo con pereza. Diego parpadeó unos segundos hasta que su mente pudo recordarlo todo. Miró a su lado, hallando la espalda de Paul, quien seguía dormido luego de la intensa actividad de la noche anterior. Eso lo hizo sonrojarse y levantarse –sintiendo inmediatamente los efectos de su primera relación sexual- para caminar desnudo por la habitación, recordándose que no había nadie en la casa del otro, por lo que no se sintió avergonzado cuando caminó por el pasillo, hasta hallar el baño.

Se tomó su tiempo para ducharse, refrescarse y limpiar por completo los rastros del encuentro, aunque unas ligeras marchas en sus pectorales lo delataban. Cuando salió, ya más despejado y tranquilo, se enrolló en una toalla y regresó a la recámara.
Más no esperaba encontrarse al otro, sentando en la cama y con la cabeza hundida entre las manos. No, no estaba asustado, Paul parecía verdaderamente aterrado. Diego, por unos instantes, se quedó flotando en una irrealidad donde él era muy feliz…

―Diego ―dijo Paul, apenas logrando que su voz fuera un poco más alta que un murmullo-. Por favor, dime que no pasó nada aquí…

La profunda desesperación y suplica que entonaba, perturbaron a Diego. Hasta ahora entendía y apreciaba la realidad… ¡¿Pero qué demonios había hecho?! ¡¿Por qué lo había hecho?! ¡¿Por qué con Paul?!

―¿De qué hablas? ―preguntó con una voz que no reconoció como propia. Se escuchaba tan tranquila, tan clara, tan segura, que inclusive creyó que todo era una pesadilla.
―Ya… ya sabes ―tartamudeó―. Si tú y yo…. Mierda…

Y sus risas resonaron entonces por la habitación. ¿De qué se reía, Diego? ¡Era horrendo! ¡Tenía ganas de golpear a Paul y después suplicarle de rodillas su perdón! Entonces… ¿por qué se reía? ¿A qué demonio le encontraba tanta gracia?

―¿Qué si nos acostamos? ¡No digas estupideces, ni seas mariquita! ¡¿No estarás todavía ebrio?! ¡¿De verdad eres gay?! ―recitó entre risas―. ¡Que asco! ―luego, gritó―. ¡Nada podría pasar entre nosotros, idiota!




Sigo pregúntame por qué me creíste mis palabras desesperadas.



…tal vez, porque en ese entonces, te era más fácil seguir, si podías creerlas…



…quizás fue, porque no te sentías capaz de cargar con un peso más…


…pero yo descubrí, que los seres humanos, somos más fuertes de lo que podemos imaginar…